Murakami, Haruki. Cites

Abandoning a Cat. Individus redundants però únics, com gotes de pluja

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Abandoning a Cat

Individus redundants però únics, com gotes de pluja

At any rate, there’s really only one thing that I wanted to get across here. A single, obvious fact:
I am the ordinary son of an ordinary man. Which is pretty self-evident, I know. But, as I started to unearth that fact, it became clear to me that everything that had happened in my father’s life and in my life was accidental. We live our lives this way: viewing things that came about through accident and happenstance as the sole possible reality.
To put it another way, imagine raindrops falling on a broad stretch of land. Each one of us is a nameless raindrop among countless drops. A discrete, individual drop, for sure, but one that’s entirely replaceable. Still, that solitary raindrop has its own emotions, its own history, its own duty to carry on that history. Even if it loses its individual integrity and is absorbed into a collective something. Or maybe precisely because it’s absorbed into a larger, collective entity.
Occasionally, my mind takes me back to that looming pine tree in the garden of our house in Shukugawa. To thoughts of that little kitten, still clinging to a branch, its body turning to bleached bones. And I think of death, and how very difficult it is to climb straight down to the ground, so far below you that it makes your head spin.


 

La Vie mode d’emploi. Georges Perec

Le roman retrace la vie d’un immeuble situé au numéro 11 de la rue (imaginaire) Simon-Crubellier, dans le 17e arrondissement de Paris, entre 1875 et 1975. Il évoque ses habitants, les objets qui y reposent et les histoires qui directement ou indirectement l’ont animé.

Ray Bradbury. The Martians were there

Ray Bradbury. The Martian Chronicles. 1950

“I’ve always wanted to see a Martian,” said Michael. “Where are they, Dad? You promised.”

“There they are,” said Dad, and he shifted Michael on his shoulder and pointed straight down.

The Martians were there. Timothy began to shiver.

The Martians were there—in the canal—reflected in the water. Timothy and Michael and Robert and Mom and Dad.

The Martians stared back up at them for a long, long silent time from the rippling water …

Sobre los huesos de los muertos. Tokarczuk, Olga

Sobre los huesos de los muertos (Hotel de las letras)
Cap Déu omniscient podria suportar tan de dolor
– p 35 | location 531-536 | Added on Thursday, 13 July 2017 13:33:18

Eso pensaba al cantar, pero, en el fondo nunca creí en ningún tipo de distribución personal de la Luz. Ningún Dios se ocupa de eso, ningún contador celestial. Sería difícil que una persona soportara tanto sufrimiento, especialmente para alguien omnisciente, creo que se desintegraría bajo la presión de ese dolor, a menos de que se hubiera pertrechado con anterioridad tras algún mecanismo de defensa, como el ser humano. Sólo una máquina sería capaz de cargar con todo el dolor del mundo. Sólo una maquinaria sencilla, efectiva y justa. Pero como todo tenía que funcionar de manera mecánica, nuestras oraciones eran innecesarias.

M’imagino que surto del meu propi cos

– p 58 | location 876-881 | Added on Friday, 14 July 2017 12:16:10

A veces tengo la impresión de que estoy construida únicamente con los síntomas de enfermedad, de que soy un fantasma hecho de dolor. Cuando no consigo reponerme, imagino que en el estómago, desde el cuello hasta el perineo, tengo una cremallera y que la voy abriendo lentamente, de arriba abajo. Y después saco las manos de las manos, las piernas de las piernas y la cabeza de la cabeza. Que salgo de mi propio cuerpo y éste cae como un montón de ropa vieja. Soy pequeña y delicada, casi transparente. Mi cuerpo es como el de una medusa: blanco, lechoso, fosforescente. Sólo esa fantasía es capaz de proporcionarme cierto alivio. Me ayuda a liberarme también.

No tenim informació sobre el nostre propi cos

– p 72 | location 1103-1113 | Added on Saturday, 15 July 2017 13:57:23

Tengo una teoría. Que nuestro cerebelo no esté conectado apropiada y convenientemente con nuestro cerebro es la mayor pifia de nuestra programación. Fuimos mal diseñados. Deberían sustituirnos por un modelo distinto. Si tuviéramos el cerebelo unido con el cerebro poseeríamos un conocimiento completo sobre nuestra anatomía, sobre aquello que sucede en el interior de nuestro cuerpo. Oh, nos diríamos, ha descendido el nivel de potasio en la sangre. Algo lastima a la tercera vértebra cervical. Hoy no anda muy bien la presión sistólica, hay que salir a hacer ejercicio, con los huevos a la mayonesa de ayer el nivel de colesterol está por encima de lo normal, así que debo cuidar más lo que como. Habitamos el cuerpo, ese equipaje molesto; en realidad no sabemos nada de él y necesitamos emplear diferentes herramientas a fin de conocer sus procesos más sencillos. La última vez que el médico quiso saber qué pasaba en mi estómago me pidió que me hiciera una gastroscopia, lo cual me pareció un escándalo. Tuve que tragarme un tubo muy grueso y sólo entonces, con ayuda de una cámara, el interior de mi estómago se hizo visible. La única herramienta que nos han regalado como premio de consolación, tosca y primitiva, es el dolor. Si existen los ángeles, se estarán partiendo de risa con nosotros: recibieron un cuerpo y no saben nada de él. Se los dieron sin instrucciones de uso.

Imaginant els pensaments dels altres a l’església
– p 199 | location 3048-3065 | Added on Wednesday, 19 July 2017 08:43:56

De vez en cuando me da por entrar en la iglesia y sentarme tranquilamente entre la gente. Siempre me ha gustado el hecho de que la gente se reúna y no deban hablar unos con otros, pues si pudieran hacerlo no tardarían en contarse tonterías o chismes, inventarían historias y presumirían de esto y aquello. Y así se ven obligados a sentarse en hileras, a sumirse en sus pensamientos, a pasar revista a lo sucedido en los últimos tiempos y a imaginar qué puede suceder más adelante. Y de esa forma controlan sus vidas. Al igual que todos los demás, solía sentarme en una banca y sumirme en una especie de duermevela. Pensaba perezosamente, como si los pensamientos llegaran desde fuera de mí misma, desde las cabezas de otras personas, o incluso desde las angelicales cabezas de madera situadas en las proximidades. Siempre imaginaba algo nuevo, diferente de lo que me venía a la cabeza cuando pensaba en casa. Desde ese punto de vista, la iglesia era un buen lugar. A veces tenía la sensación de que allí podía leer los pensamientos de los demás con sólo desearlo. En varias ocasiones me pareció oír los pensamientos de los otros en mi cabeza: «¿Qué haremos con el nuevo papel tapiz en el dormitorio, qué dibujo elegir, es mejor algo completamente liso o con un ligero estampado?». «El dinero en la cuenta tiene un interés muy bajo, otros bancos ofrecen mejores condiciones, el lunes debo ir a examinar qué ofertas tienen y llevar el dinero.» «¿De dónde ha sacado el dinero aquélla?» «¿Cómo se puede permitir todo lo que lleva puesto? Supongo que no comen y todo lo que ganan se lo gastan en modelitos para ella…» «¡Hay que ver lo que ha envejecido ése, cuántas canas! Y pensar que era el hombre más atractivo del pueblo. ¿Y ahora qué? Es una ruina…» «Se lo diré al médico directamente: quiero una baja…» «Jamás, jamás de los jamases aceptaría una cosa así, no voy a permitir que me traten como a un niño…» ¿Y qué tendría que haber de malo en ese tipo de pensamientos? ¿Acaso tengo yo otros? Menos mal que aquel Dios, si es que existía, o incluso si no existía, nos concedía un lugar para pensar con tranquilidad, quizás en eso consiste la oración: pensar en paz, no desear nada, no pedir nada; simplemente poner orden en la propia cabeza. Con eso debería bastar.

Ulysses. Joyce

sad

L’aigua del Roundwood,


L’aixeta i l’aigua del Roundwood reservoir

What did Bloom do at the range?

He removed the saucepan to the left hob, rose and carried the iron kettle to the sink in order to tap the current by turning the faucet to let it flow.

Did it flow?

Yes. From Roundwood reservoir in county Wicklow of a cubic capacity of 2400 million gallons, percolating through a subterranean aqueduct of filter mains of single and double pipeage constructed at an initial plant cost of 5 pounds per linear yard by way of the Dargle, Rathdown, Glen of the Downs and Callowhill to the 26 acre reservoir at Stillorgan, a distance of 22 statute miles, and thence, through a system of relieving tanks, by a gradient of 250 feet to the city boundary at Eustace bridge, upper Leeson street, though from prolonged summer drouth and daily supply of 12 1/2 million gallons the water had fallen below the sill of the overflow weir for which reason the borough surveyor and waterworks engineer, Mr Spencer Harty, C. E., on the instructions of the waterworks committee had prohibited the use of municipal water for purposes other than those of consumption (envisaging the possibility of recourse being had to the impotable water of the Grand and Royal canals as in 1893) particularly as the South Dublin Guardians, notwithstanding their ration of 15 gallons per day per pauper supplied through a 6 inch meter, had been convicted of a wastage of 20,000 gallons per night by a reading of their meter on the affirmation of the law agent of the corporation, Mr Ignatius Rice, solicitor, thereby acting to the detriment of another section of the public, selfsupporting taxpayers, solvent, sound.

What in water did Bloom, waterlover, drawer of water, watercarrier, returning to the range, admire?

Its universality: its democratic equality and constancy to its nature in seeking its own level: its vastness in the ocean of Mercator’s projection: its unplumbed profundity in the Sundam trench of the Pacific exceeding 8000 fathoms: the restlessness of its waves and surface particles visiting in turn all points of its seaboard: the independence of its units: the variability of states of sea: its hydrostatic quiescence in calm: its hydrokinetic turgidity in neap and spring tides: its subsidence after devastation: its sterility in the circumpolar icecaps, arctic and antarctic: its climatic and commercial significance: its preponderance of 3 to 1 over the dry land of the globe: its indisputable hegemony extending in square leagues over all the region below the subequatorial tropic of Capricorn: the multisecular stability of its primeval basin: its luteofulvous bed: its capacity to dissolve and hold in solution all soluble substances including millions of tons of the most precious metals: its slow erosions of peninsulas and islands, its persistent formation of homothetic islands, peninsulas and downwardtending promontories: its alluvial deposits: its weight and volume and density: its imperturbability in lagoons and highland tarns: its gradation of colours in the torrid and temperate and frigid zones: its vehicular ramifications in continental lakecontained streams and confluent oceanflowing rivers with their tributaries and transoceanic currents, gulfstream, north and south equatorial courses: its violence in seaquakes, waterspouts, Artesian wells, eruptions, torrents, eddies, freshets, spates, groundswells, watersheds, waterpartings, geysers, cataracts, whirlpools, maelstroms, inundations, deluges, cloudbursts: its vast circumterrestrial ahorizontal curve: its secrecy in springs and latent humidity, revealed by rhabdomantic or hygrometric instruments and exemplified by the well by the hole in the wall at Ashtown gate, saturation of air, distillation of dew: the simplicity of its composition, two constituent parts of hydrogen with one constituent part of oxygen: its healing virtues: its buoyancy in the waters of the Dead Sea: its persevering penetrativeness in runnels, gullies, inadequate dams, leaks on shipboard: its properties for cleansing, quenching thirst and fire, nourishing vegetation: its infallibility as paradigm and paragon: its metamorphoses as vapour, mist, cloud, rain, sleet, snow, hail: its strength in rigid hydrants: its variety of forms in loughs and bays and gulfs and bights and guts and lagoons and atolls and archipelagos and sounds and fjords and minches and tidal estuaries and arms of sea: its solidity in glaciers, icebergs, icefloes: its docility in working hydraulic millwheels, turbines, dynamos, electric power stations, bleachworks, tanneries, scutchmills: its utility in canals, rivers, if navigable, floating and graving docks: its potentiality derivable from harnessed tides or watercourses falling from level to level: its submarine fauna and flora (anacoustic, photophobe), numerically, if not literally, the inhabitants of the globe: its ubiquity as constituting 90 percent of the human body: the noxiousness of its effluvia in lacustrine marshes, pestilential fens, faded flowerwater, stagnant pools in the waning moon.

Nabokov. Speak Memory. Cosmic synchronization

 

Cosmic synchronization

But then, in a sense, all poetry is positional: to try to express one’s position in regard to the universe embraced by consciousness, is an immemorial urge. The arms of consciousness reach out and grope, and the longer they are the better. Tentacles, not wings, are Apollo’s natural members. Vivian Bloodmark, a philosophical friend of mine, in later years, used to say that while the scientist sees everything that happens in one point of space, the poet feels everything that happens in one point of time. Lost in thought, he taps his knee with his wandlike pencil, and at the same instant a car (New York license plate) passes along the road, a child bangs the screen door of a neighboring porch, an old man yawns in a misty Turkestan orchard, a granule of cinder-gray sand is rolled by the wind on Venus, a Docteur Jacques Hirsch in Grenoble puts on his reading glasses, and trillions of other such trifles occur—all forming an instantaneous and transparent organism of events, of which the poet (sitting in a lawn chair, at Ithaca, N.Y.) is the nucleus.

That summer I was still far too young to evolve any wealth of “cosmic synchronization” (to quote my philosopher again). But I did discover, at least, that a person hoping to become a poet must have the capacity of thinking of several things at a time. In the course of the languid rambles that accompanied the making of my first poem, I ran into the village schoolmaster, an ardent Socialist, a good man, intensely devoted to my father (I welcome this image again), always with a tight posy of wild flowers, always smiling, always perspiring. While politely discussing with him my father’s sudden journey to town, I registered simultaneously and with equal clarity not only his wilting flowers, his flowing tie and the blackheads on the fleshy volutes of his nostrils, but also the dull little voice of a cuckoo coming from afar, and the flash of a Queen of Spain settling on the road, and the remembered impression of the pictures (enlarged agricultural pests and bearded Russian writers) in the well-aerated classrooms of the village school which I had once or twice visited; and—to continue a tabulation that hardly does justice to the ethereal simplicity of the whole process—the throb of some utterly irrelevant recollection (a pedometer I had lost) was released from a neighboring brain cell, and the savor of the grass stalk I was chewing mingled with the cuckoo’s note and the fritillary’s takeoff, and all the while I was richly, serenely aware of my own manifold awareness.

P.K. Dick. Penfield Mood Organ

A “Do Androids Dream of Electric Sheep? ” (1968) P.K. Dick concep un dispositiu, el Penfield Mood Organ, que envia ones que modifiquen el nostre estat d’ànim i es pot programar per endavant. El nom estaria basat en el neuròleg Wilder Penfield.

Un intent de simular-ho per twitter.

L’aplicació Moodrise (Android Iphone) intenta fer el mateix


Extract from Do Androids Dream of Electric Sheep? by Philip K. Dick (1968)
Chapter 1

A merry little surge of electricity piped by automatic alarm from the mood organ beside his bed awakened Rick Deckard. Surprised — it always surprised him to find himself awake without prior notice — he rose from the bed, stood up in his multicolored pajamas, and stretched. Now, in her bed, his wife Iran opened her gray, unmerry eyes, blinked, then groaned and shut her eyes again.

“You set your Penfield too weak”, he said to her. “I’ll reset it and you’ll be awake and — ”

“Keep your hand off my settings.” Her voice held bitter sharpness. “I don’t want to be awake.”

He seated himself beside her, bent over her, and explained softly. “If you set the surge up high enough, you’ll be glad you’re awake; that’s the whole point. At setting C it overcomes the threshold barring consciousness, as it does for me.” Friendlily, because he felt well-disposed toward the world — his setting had been at D — he patted her bare, pale shoulder.

“Get your crude cop’s hand away,” Iran said.

“I’m not a cop.” He felt irritable, now, although he hadn’t dialed for it.

“You’re worse,” his wife said, her eyes still shut. “You’re a murderer hired by the cops.”

“I’ve never killed a human being in my life.” His irritability had risen, now; had become outright hostility.

Iran said, “Just those poor andys.”

“I notice you’ve never had any hesitation as to spending the bounty money I bring home on whatever momentarily attracts your attention.” He rose, strode to the console of his mood organ. “Instead of saving,” he said, “so we could buy a real sheep, to replace that fake electric one upstairs. A mere electric animal, and me earning all that I’ve worked my way up to through the years.” At his console he hesitated between dialing for a thalamic suppressant (which would abolish his mood of rage) or a thalamic stimulant (which would make him irked enough to win the argument).

“If you dial,” Iran said, eyes open and watching, “for greater venom, then I’ll dial the same. I’ll dial the maximum and you’ll see a fight that makes every argument we’ve had up to now seem like nothing. Dial and see; just try me.” She rose swiftly, loped to the console of her own mood organ, stood glaring at him, waiting.

He sighed, defeated by her threat. “I’ll dial what’s on my schedule for today.” Examining the schedule for January 3, 2021, he saw that a businesslike professional attitude was called for. “If I dial by schedule,” he said warily, “will you agree to also?” He waited, canny enough not to commit himself until his wife had agreed to follow suit.

“My schedule for today lists a six-hour self-accusatory depression,” Iran said.

“What? Why did you schedule that?” It defeated the whole purpose of the mood organ. “I didn’t even know you could set it for that,” he said gloomily.

“I was sitting here one afternoon,” Iran said, “and naturally I had turned on Buster Friendly and His Friendly Friends and he was talking about a big news item he’s about to break and then that awful commercial came on, the one I hate; you know, for Mountibank Lead Codpieces. And so for a minute I shut off the sound. And I heard the building, this building; I heard the — ” She gestured.

“Empty apartments,” Rick said. Sometimes he heard them at night when he was supposed to be asleep. And yet, for this day and age a one-half occupied conapt building rated high in the scheme of population density; out in what had been before the war the suburbs one could find buildings entirely empty… or so he had heard. He had let the information remain secondhand; like most people he did not care to experience it directly.

“At that moment,” Iran said, “when I had the TV sound off, I was in a 382 mood; I had just dialed it. So although I heard the emptiness intellectually, I didn’t feel it. My first reaction consisted of being grateful that we could afford a Penfield mood organ. But then I realized how unhealthy it was, sensing the absence of life, not just in this building but everywhere, and not reacting — do you see? I guess you don’t. But that used to be considered a sign of mental illness; they called it ‘absence of appropriate affect.’ So I left the TV sound off and I sat down at my mood organ and I experimented. And I finally found a setting for despair.” Her dark, pert face showed satisfaction, as if she had achieved something of worth. “So I put it on my schedule for twice a month; I think that’s a reasonable amount of time to feel hopeless about everything, about staying here on Earth after everybody who’s smart has emigrated, don’t you think?”

“But a mood like that,” Rick said, “you’re apt to stay in it, not dial your way out. Despair like that, about total reality, is self-perpetuating.”

“I program an automatic resetting for three hours later,” his wife said sleekly. “A 481. Awareness of the manifold possibilities open to me in the future; new hope that — ”

“I know 481,” he interrupted. He had dialed out the combination many times; he relied on it greatly. “Listen,” he said, seating himself on his bed and taking hold of her hands to draw her down beside him, “even with an automatic cutoff it’s dangerous to undergo a depression, any kind. Forget what you’ve scheduled and I’ll forget what I’ve scheduled; we’ll dial a 104 together and both experience it, and then you stay in it while I reset mine for my usual businesslike attitude. That way I’ll want to hop up to the roof and check out the sheep and then head for the office; meanwhile I’ll know you’re not sitting here brooding with no TV.” He released her slim, long fingers, passed through the spacious apartment to the living room, which smelled faintly of last night’s cigarettes. There he bent to turn on the TV.

From the bedroom Iran’s voice came. “I can’t stand TV before breakfast.”

“Dial 888,” Rick said as the set warmed. “The desire to watch TV, no matter what’s on it.”

“I don’t feel like dialing anything at all now,” Iran said.

“Then dial 3,” he said.

“I can’t dial a setting that stimulates my cerebral cortex into wanting to dial! If I don’t want to dial, I don’t want to dial that most of all, because then I will want to dial, and wanting to dial is right now the most alien drive I can imagine; I just want to sit here on the bed and stare at the floor.” Her voice had become sharp with overtones of bleakness as her soul congealed and she ceased to move, as the instinctive, omnipresent film of great weight, of an almost absolute inertia, settled over her.

He turned up the TV sound, and the voice of Buster Friendly boomed out and filled the room. ” — ho ho, folks. Time now for a brief note on today’s weather. The Mongoose satellite reports that fallout will be especially pronounced toward noon and will then taper off, so all you folks who’ll be venturing out — ”

Appearing beside him, her long nightgown trailing wispily, Iran shut off the TV set. “Okay, I give up; I’ll dial. Anything you want me to be; ecstatic sexual bliss — I feel so bad I’ll even endure that. What the hell. What difference does it make?”

“I’ll dial for both of us,” Rick said, and led her back into the bedroom. There, at her console, he dialed 594: pleased acknowledgment of husband’s superior wisdom in all matters. On his own console he dialed for a creative and fresh attitude toward his job, although this he hardly needed; such was his habitual, innate approach without recourse to Penfield artificial brain stimulation.

Chap22.

At the Penfield mood organ, Iran Deckard sat with her right index finger touching the numbered dial. But she did not dial; she felt too listless and ill to want anything: a burden which closed off the future and any possibilities which it might once have contained. If Rick were here, she thought, he’d get me to dial 3 and that way I’d find myself wanting to dial something important, ebullient joy or if not that then possibly an 888, the desire to watch TV no matter what’s on it.


UBIK: Un món on cal pagar per tot, els apartaments, suposo que de lloguer, demanen insertar monedes cada cop que s’obre la porta, la nevera, o per la neteja. Una vida simulada pels que estan en un estat de semivida. La competència entre els psíquis que poden saber què pensen els altres, els precogs i els que els inhibeixen.

Do androids dream of electric sheep. El Penfield Mood organ. Un món gairebé sense animals on tothom va amb la guia Sidney mirant què poden permetre’s. La màquina d’empatia on tots els ciutadans es connecten per sentir el que sent el seu líder i el conjunt de tots (p.449, p.557). El test Voigt-Kampf d’empatia per detectar els androides.

The Stigma of Palmer Eldricht. Translation drugs [ drogues per transportar-se, viure una estona en una realitat virtual] Els món virtuals alternatius compartits  on s’accedeix consumint una droga i situant-se en un entorn preparat. PP.Layouts. p.263. Accedir a una altra identitat com en les reencarnacions budistes p.307. Pagar diners per evolucionar artificialment i ser més intel·ligent, e-therapy p.288s. Cap.6 Crear un món alternatiu on viure-hi i poder fer-ne participar a voluntat a un altre, convertint-lo en un malson. Dr.Smile, una maleta que fa de psiquiatre automàtic. p.350 Quan un grup és a punt d’entrar en una hal·lucinació, poden triar l’escenari basant-se en un llibre com Moby Dick, després funny o sad version, després i l’estil serà segons Dalí, Picasso, o Giorgio da Chirico.  p.355 “Isn’t a miserable reality better than the most interesting illusion?” p. 418 Al final Palmer Eldricht és més que viure una hal·lucinació controlada per un altre, és un ens que infecta tots els éssers, els fa sentir el que vol i fins i tot. de manera intermitent, els canvia les mans, ulls i mandíbula, com els estigmes de Crist que apareixien en alguns sants.

 

Proust. À la recherche du temps perdu

Du côté de chez Swann

La reconstrucció del jo en despertar

La madeleine

À l’ombre des jeunes filles en fleurs

Le côté de Guermantes I i II

Sodome et Gomorrhe

La Prisonnière

Albertine disparue

Le Temps retrouvé


Du coté de chez Swan

Despertar

Longtemps, je me suis couché de bonne heure. Parfois, à peine ma bougie éteinte, mes yeux se fermaient si vite que je n’avais pas le temps de me dire: “je m’endors.”

[…]

Mais il suffisait que, dans mon lit même, mon sommeil fût profond et détendit entièrement mon esprit; alors celui-ci lâchait le plan du lieu où je m’étais endormi et, quand je m’éveillais au milieu de la nuit, comme j’ignorais où je me trouvais, je ne savais même pas au premier instant qui j’étais; j’avais seulement dans sa simplicité première le sentiment de l’existence comme il peut frémir au fond d’un animal; j’étais plus dénué que l’homme des cavernes; mais alors le souvenir –non encore du lieu où j’étais, mais de quelques-uns de ceux que j’avais habités et où j’aurais pu être- venait à moi comme un secours d’en haut pour me tirer du néant d’où je n’aurais pu sortir tout seul; je passais en une seconde par-dessus des siècles de civilisation, et l’image confusément entrevue de lampes à pétrole, puis de chemises à col rabattu, recomposait peu à peu les traits originaux de mon moi.

La madeleine
Il y avait déjà bien des années que, de Combray, tout ce qui n’était pas le théâtre et la drame de mon coucher, n’existait plus pour moi, quand un jour d’hiver, comme je rentrais à la maison, ma mère, voyant que j’avais froid, me proposa de me faire prendre, contre mon habitude, un peu de thé. Je refusai d’abord et, je ne sais pourquoi, me ravisai. Elle envoya chercher un de ces gâteaux courts et dodus appelés Petites Madeleines qui semblent avoir été moulés dans la valve rainurée d’une coquille de Saint-Jacques. Et bientôt, machinalement, accablé par la morne journée et la perspective d’un triste lendemain, je portai a mes lèvres une cuillerée du thé où j’avais laissé s’amollir un morceau de madeleine. Mais à l’instant même où la gorgée mêlée de miettes de gâteau toucha mon palais, je tressaillis, attentif a ce qui se passait d’extraordinaire en moi. Un plaisir délicieux m’avait envahi, isolé, sans la notion de sa cause. Il m’avait aussitôt rendu les vicissitudes de la vie indifférentes, ses désastres inoffensifs, sa breveté illusoire, de la même façon qu’opère l’amour, en me remplissant d’une essence précieuse: ou plutôt cette essence n’était pas en moi, elle était moi. J’avais cessé de me sentir médiocre, contingent, mortel. D’où avait pu me venir cette puissante joie? Je sentais qu’elle était liée au goût du thé et du gâteau, mais qu’elle le dépassait infiniment, ne devait pas être de même nature.


Ésser amfibi

Mais un médecin de l’âme qui m’eût visité eût trouvé que pour le reste, mon chagrin lui-même allait mieux. Sans doute en moi, comme j’étais un homme, un de ces êtres amphibies qui sont simultanément plongés dans le passé et dans la réalité actuelle, il existait toujours une contradiction entre le souvenir vivant d’Albertine et la connaissance que j’avais de sa mort.


Le temps retrouvé

Les transformacions del jo, morts parcials

Si l’idée de la mort dans ce temps-là m’avait, on l’a vu, assombri l’amour, depuis longtemps déjà le souvenir de l’amour m’aidait à ne pas craindre la mort. Car je comprenais que mourir n’était pas quelque chose de nouveau, mais qu’au contraire, depuis mon enfance j’étais déjà mort bien des fois. Pour prendre la période la moins ancienne, n’avais-je pas tenu à Albertine plus qu’à ma vie? Pouvais-je alors concevoir ma personne sans qu’y continuât mon amour pour elle? Or je ne l’aimais plus, j’étais, on plus l’être qui l’aimait, mais un être différent qui en l’aimait pas, j’avais cessé de l’aimer quand j’étais devenu un autre. Or je ne souffrais pas d’être devenu cet autre, de ne plus aimer Albertine; et certes ne plus avoir un jour mon corps ne pouvait me paraître en aucune façon quelque chose d’aussi triste que m’avait paru jadis de ne plus aimer un jour Albertine.

La vida de debó és la literatura

[p. 257]

La vraie vie, la vie enfin découverte et éclaircie, la seule vie par conséquent réellement vécue, c’est la littérature; cette vie qui, en un sens, habite à chaque instant chez tous les hommes aussi bien que chez l’artiste. Mais ils ne la voient pas, parce qu’ils ne cherchent pas à l’éclaircir. Et ainsi leur passé est encombré d’innombrables clichés qui restent inutiles parce que l’intelligence ne les a pas “développés”. Notre vie, et aussi la vie des autres; car le style pour l’écrivain, aussi bien que la couleur pour le peintre, est une question non de technique mais de vision. Il est la révélation, qui serait impossible par des moyens directs et conscients, de la différence qualitative qu’il y a dans la façon dont nous apparaît le monde, différence qui, s’il n’y avait pas l’art, resterait le secret éternel de chacun. Par l’art seulement nous pouvons sortir de nous, savoir ce que voit un autre de cet univers qui n’est pas le même que le nôtre, et dont les paysages nous seraient restés aussi inconnus que ceux qu’il peut y avoir dans la lune.

La vida de debó és l’elaboració de la sensació, no pas l’abstracció ni la posició
[p. 258]

Ce travail de l’artiste, de chercher à apercevoir sous de la matière, sous de l’expérience, sous des mots quelque chose différent, c’est exactement le travail inverse de celui que, à chaque minute, quand nous vivons détourné de nous-même, l’amour-propre, la passion, l’intelligence, et l’habitude aussi accomplissent en nous, quand elles amassent au-dessus de nos impressions vraies, pour nous les cacher entièrement, les nomenclatures, les buts pratiques que nous appelons faussement la vie. En somme, cet art si compliqué est justement le seul art vivant. Seul il exprime pour les autres et nous fait voir à nous-même notre propre vie, cette vie qui ne peut pas s’”observer”, dont les apparences qu’on observe ont besoin d’être traduites et souvent lues à rebours et péniblement déchiffrées. Ce travail qu’avaient fait notre amour-propre, notre passion, notre esprit d’imitation, notre intelligence abstraite, nos habitudes, c’est ce travail que l’art défera, c’est la marche en sens contraire, le retour aux profondeurs où ce qui a existé réellement gît inconnu de nous, qu’il nous fera suivre. ET sans doute c’était une grande tentation que de recréer la vraie vie, de rajeunir les impressions. Mais il fallait du courage de tout genre, et même sentimental. Car c’était avant tout abroger ses plus chères illusions, cesser de croire a l’objectivité de ce qu’on a élaboré soi-même, et, au lieu de se bercer une centième fois de ces mots: “Elle était bien gentille”, lire au travers: “J’avais du plaisir à l’embrasser”.

Les impressions afloren pel dolor [o la nostàlgia]
[p. 259]

[…] (car, si peu que notre vie doive durer, ce n’est que pendent que nous souffrons que nos pensées, en quelque sorte agitées de mouvements perpétuels et changeants, font monter comme dans une tempête, à un niveau d’où nous pouvons la voir, toute cette immensité réglée par des lois, sur laquelle, postés à une fenêtre mal placée, nous n’avons pas vue, car le calme du bonheur la laisse unie et à un niveau trop bas; peut-être seulement pour quelques grands génies ce mouvement existe-t-il constamment sans qu’il y ait besoin pour eux des agitations de la douleur; encore n’est-il pas certain, quand nous contemplons l’ample et régulier développement de leurs oeuvres joyeuses, que nous ne soyons trop portés à supposer d’après la joie de l’oeuvre celle de la vie, qui a peut-être été au contraire constamment douloureuse)
[… p. 261 nota]
Chaque personne qui nous fait souffrir peut être rattachée par nous à une divinité dont elle n’est qu’un reflet fragmentaire et le dernier degré, divinité (idée) dont la contemplation nous donne aussitôt de la joie au lieu de la peine que nous avions. Tout l’art de vivre, c’est de ne nous servir de personnes qui nous font souffrir que comme d’un degré permettant d’accéder à leur forme divine et de peupler ainsi joyeusement notre vie de divinités.

La realitat, expressada després del silenci
[p. 260]

Et quand nous aurons atteint la réalité, pour l’exprimer, pour la conserver nous écarterons ce qui est différent d’elle et que ne cesse de nous apporter la vitesse acquise de l’habitude. Plus que tout j’écarterais ces paroles que les lèvres plutôt que l’esprit choisissent, ces paroles pleines d’humour, comme on ne dit dans la conversation, et qu’après une longue conversation avec les autres on continue à s’adresser facticement à soi-même et qui nous remplissent l’esprit de mensonges, ces paroles toutes physiques qu’accompagne chez l’écrivain qui s’abaisse à les transcrire le petit sourire, la petite grimace qui altère à tout moment, par exemple, la phrase parlée d’un Sainte-Beuve, tandis que les vrais livres doivent être les enfants non du grand jour et de la causerie mais de l’obscurité et du silence. Et comme l’art recompose exactement la vie, autour des vérités qu’on a atteintes en soi-même flottera toujours une atmosphère de poésie, la douceur d’un mystère qui n’est que le vestige de la pénombre que nous avons dû traverser, l’indication, marquée exactement comme par un altimètre, de la profondeur d’une oeuvre.

Infelicitat qui inspira
[p. 270]

Car les bonheur seul est salutaire pour le corps, mais c’est le chagrin qui développe les forces de l’esprit. D’ailleurs, ne nous découvrît-il pas à chaque fois une loi, qu’il n’en serait pas moins indispensable pour nous remettre chaque fois dans la vérité, nous forcer à prendre les choses au sérieux, arrachant chaque fois les mauvaises herbes de l’habitude, du scepticisme, de la légèreté, de l’indifférence.
[…]
Ces réflexions me faisaient trouver un sens plus fort et plus exact à la vérité que j’ai souvent pressentie, notamment quand Mme de Cambremer se demandait comment je pouvais délaisser pour Albertine un homme remarquable comme Elstir. Même au point de vue intellectuel je sentais qu’elle avait tort, mais je ne savais pas ce qu’elle méconnaissait: c’était les leçons avec lesquelles on fait son apprentissage d’homme de lettres. La valeur objective des arts est peu de chose en cela; ce qu’il s’agit de faire sortir, d’amener à la lumière, ce sont nos sentiments, nos passions, c’est-à-dire les passions, les sentiments de tous. Une femme dont nous avons besoin, qui nous fait souffrir, tire de nous des séries de sentiments autrement profonds, autrement vitaux, qu’un homme supérieur qui nous intéresse.
[…272]
Quant au bonheur, il n’a presque qu’en seule utilité, rendre le malheur possible. Il faut que dans le bonheur nous formions des liens bien doux et bien forts de confiance et d’attachement pour que leur rupture nous cause le déchirement si précieux qui s’appelle le malheur. Si l’on n’avait pas été heureux, ne fût-ce que par l’espérance, les malheurs seraient sans cruauté et par conséquent sans fruit.
Et plus qu’au peintre, à l’écrivain, pour obtenir du volume et de la consistance, de la généralité, de la réalité littéraire, comme il lui faut beaucoup d’églises vues pour en peindre une seule, il lui faut aussi beaucoup d’êtres pour un seul sentiment. Car si l’art est long et la vie courte, les sentiments qu’elle doit peindre ne sont pas beaucoup plus longs. (nota: ce sont nos passions qui esquissent nos livres, le repos d’intervalle qui les écrit.)
[… p. 273]
L’imagination, la pensée peuvent être des machines admirables en soi, mais elles peuvent être inertes. La souffrance alors les met en marche.